Llevaba años dormido, su alma no sentía, su espíritu vagaba sin que nada lo sorprendiera.
Las mismas conversaciones, los mismos lugares que antes frecuentaba con ella. Bebía solo y dormía durante todo el día.
Llevaba tres años sin trabajar y su depresión se había convertido en una forma de vida.
Sus amigos artos de intentar animarlo empezaron a desistir y un día, ya no habían mensajes en su contestador. Esto no le afecto. Ya se sentía solo desde que ella se fue. ¿Qué importancia tenía estarlo verdaderamente?
La ropa permanecía intacta en el armario, sus camisas, sus vestidos...
Su tocador estaba idéntico a como ella lo dejó, el peine aun guardaba algunos cabellos. Tan solo cambiaba el frasco de perfume gastado por uno nuevo, ya que rociaba con el la casa, su ropa y la cama, todos los días.
Al acostarse, imaginaba que ella había salido ha hacer una guardia en mitad de la noche y que después volvería como siempre con los pies congelados y los pegaría a sus piernas para calentarlos.
Vivía una mentira, pero esa mentira era lo único que hacía que no abandonase este mundo.
Hacía comida para dos, ponía la mesa para dos y servía dos platos. Uno enfrente del otro. Apartaba la silla de la mesa, dejando un hueco para su invisible compañera. Comía sin hambre, cuando terminaba recogía su plato y vaciaba el otro en la basura.
Sabía que para muchos estaba loco, que miles de psicoanalistas pagarían por analizarlo, pero nunca le gustaron sus compañeros de profesión.
El sabía bien que tenía que hacer, cuales eran los pasos a seguir para superar la pérdida y por esto mismo, evitaba cualquier mejoría. No compraba ropa nueva y mucho menos se relacionaba con nadie. No lloraba por miedo a que todo el dolor se desvaneciese con las lágrimas.
Su herida permanecía abierta y desbordaba sangre continuamente, sin posibilidad de coagulación. Nunca habría una cicatriz que recordar, porque nunca sanaría. Hasta el día de su muerte, cuando sea olvidado sin dejar heridas, sin huellas. Su epitafio, será el más bello recuerdo de la gente que lo conoció.
Las mismas conversaciones, los mismos lugares que antes frecuentaba con ella. Bebía solo y dormía durante todo el día.
Llevaba tres años sin trabajar y su depresión se había convertido en una forma de vida.
Sus amigos artos de intentar animarlo empezaron a desistir y un día, ya no habían mensajes en su contestador. Esto no le afecto. Ya se sentía solo desde que ella se fue. ¿Qué importancia tenía estarlo verdaderamente?
La ropa permanecía intacta en el armario, sus camisas, sus vestidos...
Su tocador estaba idéntico a como ella lo dejó, el peine aun guardaba algunos cabellos. Tan solo cambiaba el frasco de perfume gastado por uno nuevo, ya que rociaba con el la casa, su ropa y la cama, todos los días.
Al acostarse, imaginaba que ella había salido ha hacer una guardia en mitad de la noche y que después volvería como siempre con los pies congelados y los pegaría a sus piernas para calentarlos.
Vivía una mentira, pero esa mentira era lo único que hacía que no abandonase este mundo.
Hacía comida para dos, ponía la mesa para dos y servía dos platos. Uno enfrente del otro. Apartaba la silla de la mesa, dejando un hueco para su invisible compañera. Comía sin hambre, cuando terminaba recogía su plato y vaciaba el otro en la basura.
Sabía que para muchos estaba loco, que miles de psicoanalistas pagarían por analizarlo, pero nunca le gustaron sus compañeros de profesión.
El sabía bien que tenía que hacer, cuales eran los pasos a seguir para superar la pérdida y por esto mismo, evitaba cualquier mejoría. No compraba ropa nueva y mucho menos se relacionaba con nadie. No lloraba por miedo a que todo el dolor se desvaneciese con las lágrimas.
Su herida permanecía abierta y desbordaba sangre continuamente, sin posibilidad de coagulación. Nunca habría una cicatriz que recordar, porque nunca sanaría. Hasta el día de su muerte, cuando sea olvidado sin dejar heridas, sin huellas. Su epitafio, será el más bello recuerdo de la gente que lo conoció.
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